Lucas se acomoda en el último asiento del colectivo. Está cansado. Salió de su trabajo más tarde que lo correspondiente, y para colmo, su nariz le picaba producto de alguna alergia contraída en estos días de frío veraniegos. Es entonces que Lucas, harto ya de rascarse compulsivamente con la mano derecha la única nariz que tiene, frente al vidrio del ómnibus levanta la cabeza y observa las cúpulas y terrazas de Buenos Aires, olvidadas por los hombres debido a sus copiosas vicisitudes cotidianas. Lucas descubre aquellas cúpulas, que parecen embellecerse a medida que el colectivo avanza y se le presentan nuevas buhardillas y terrazas que jamás había visto. Y mientras las observa, descubre que su propia imagen, proyectada en aquellas torres grises de Buenos Aires, acompaña saltando de terraza en terraza, cúpula en cúpula, la marcha del colectivo, frenando en los semáforos, doblando en las esquinas. Lucas abre la ventana y siente el viento en su cara, como si estuviera bailando con los techos de la ciudad. El vértigo y la adrenalina del vacío en sus pies cuando salta lo funden con el viento, dorado reflejo de los vidrios del sol. Cuando frena, esperando el avance del colectivo, una brisa le revuelve los cabellos y escucha a los pájaros tan nítidamente que por un momento llega a pensar que es uno de ellos.
Desde lo alto de un edificio de cuatro pisos divisa su casa, pero Lucas no se anima a tirarse. Siempre tuvo el mismo problema. Subía con entusiasmo, pero al bajar, consecutivamente titubea. Decide hacerlo rápido, como una zambullida en una laguna helada. Lucas en el colectivo, con la cabeza erguida, levemente tirada hacia atrás, apuntando a un cielo de terrazas grises y vidrios de oro, baja la cabeza cerrando los ojos como dos esferas de bosque y aprieta los dientes. Abre los ojos y por la ventana se percata que tiene que bajarse en una cuadra, por lo que se levanta y por el pasillo del colectivo, enfila hacia la puerta de descenso. Rengueando por el golpe de la caída, Lucas deja un hilito de sangre entre su asiento y la puerta, ya que esta vez, cayó mal desde aquellas cúpulas y terrazas.
martes, 21 de julio de 2009
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