sábado, 5 de julio de 2008

LA FILARMONICA


La caja estuvo unas quince horas frente a su puerta hasta que la vio. Leyó la tarjeta y aunque las palabras estaban corridas por la lluvia, pudo leer con claridad el nombre de su madre. Ella había venido de visita hacía una semana y se había quejado del angustioso silencio en el que vivía su hijo, producto de su inalterable y preocupante soledad.
Con ayuda de una palanca de hierro pudo abrir la caja de madera, que triplicaba en ancho y en alto a un hombre común, descubriendo una filarmónica de treinta y cinco músicos y un coro de quince personas. Llamó a su madre para recriminarle que no tenía espacio ni tiempo como para mantener a una filarmónica tan numerosa, aunque le agradeció el gesto, porque seguramente le debió haber salido muy caro y con sutileza le preguntó porque mejor no le compró un grupo de violinistas. Sin embargo, ante un quiebre en la voz de ella, imperceteptible para cualquier, menos para él, le agradeció el regalo y le dijo que en realidad, cuantos más músicos hubiera, mejor.
Hizo pasar a la filarmónica y los ubicó en uno de los cuartos vacíos más alejado de su casa de tres habitaciones. A partir de ese momento, el cuarto mas grande era su habitación, el mas pequeño, su estudio, y en el mediano, había una filarmónica de cincuenta músicos, que ni bien se instaló comenzó a tocar la Rapsodia Húngara de Liszt.
Al principio, aunque una parte suya se amedrentó al ver tanta cantidad de músicos, él estaba encantado. La filarmónica representaba con una perfección asombrosa piezas que iban desde Wagner hasta Beethoven, pasando por Strauss, Grieg y hasta Elgar y Piazzola. La música se volvió parte de su vida, y aquellos músicos parecían leer su alma, ya que cuando se sentía contento y eufórico, la orquesta interpretaba el Himno a la Alegría, o cuando estaba deprimido, se escuchaba Claro de Luna. Hasta en lo momentos de relax, cuando llegaba de su trabajo y se dejaba caer en el sillón verde de living, hundiéndose hasta casi tocar el piso con los muslos, los acordes de Meditación de Thais bailaban en las virtuosas manos de los violinistas. Y también cuando hacía el amor con alguna prostituta rumana, él y la filarmónica llegaban al clímax de la Bodas de Fígaro, fundiéndose en un sentir de euforia y satisfacción con la música de Mozart.
A pesar de que la filarmónica no requería demasiada atención, solo necesitaban comer, dormir, (lo hacían por turnos en aquel cuarto para no dejar de tocar en ningún momento), y de vez en cuando cambiar alguna cuerda o vaciar de saliva algún instrumento de viento, (algo que debía hacerse rápidamente ya que el músico que requería dicho arreglo se ponía a patalear y a chillar rompiendo con la armonía de las obras que interpretaban), a pesar de esto, él empezó a cansarse de la música. Sobre todo cuando la música comenzó a dominar sus emociones. Siempre que la filarmónica representaba Meditación de Thais, él no podía sentir otra cosa que tristeza, o el Himno a la Alegría lo ponía automáticamente feliz, sin motivo para estarlo. Y sentía una erección instantánea en el momento en que la orquesta entonaba Las Bodas de Fígaro.
Luego de tres meses de vivir constantemente con música, algo que no sólo modificaba sus emociones, sino que le impedía hacer otro tipo de cosas, como ver televisión, concentrarse para leer un libro, y demás cuestiones de la vida cotidiana, decidió deshacerse de la orquesta. No pudiendo vender la filarmónica entera, decidió venderla por partes. Del coro se desvinculó rápidamente, donándolo a un orfanato de estatuas bastardas de marfil. Un grupo empresario que tenía como hobby la práctica y representación de entradas pomposas compró la sección de percusión y una buena parte de la sección vientos. Los dos trompetistas que quedaban, junto al músico que interpretaba el oboe, los regaló a la vieja del barrio, para que le hagan compañía mientras confeccionaba los soldaditos de aluminio que vendía en las plazas.
Por ultimo quedaban los violinistas y los celistas. Sabía que eran los mas difíciles de vender ya que un pack de cuatro violinistas, por ejemplo, salen mas caros que toda una sección de viento. Y por si fuera poco, nadie se atrevía a comprar un violinista solo ya que su sonido era considerado como uno de los mas tristes del planeta, y nadie, en esta época, quería mas motivos para deprimirse.
Decidió, entonces, venderlos por Internet, ofreciendo una total cobertura por parte del vendedor de los gastos de envío, si la persona que los solicitaba, residiera en otro país o provincia. Luego de un mes, los nueve celistas que le quedaban los vendió a un holandés errante por una suma mucho menor a la que realmente valían. Y cinco de los violinistas, todos hombres, los transfirió, también por un precio menor al real, a un estudio de Hollywood, especialista en películas melodramáticas ambientadas en la segunda guerra mundial.
Su casa ya volvía a ser la de antes. Por momentos, aquel codiciado silencio asomaba tímidamente por las noches. Sólo quedaban tres violinistas. Dos mujeres y un hombre, que por más que bajaba su precio, no conseguía vender.
Convencido de que no iba a ganar dinero con estos tres, los metió en el coche y los llevó al centro, a la casa de su madre, para devolvérselos. Su madre, que al verlo con los músicos, rompió varios platos y hasta la tetera que su hermana le había traído de sus viajes por la India, finalmente aceptó quedárselos. Aunque se los dejó a Bach, el perro que, después de todo, era el único de los tres que tenía oído musical.

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